Con este arsenal de recursos, liderazgo y talento, la pregunta central que define el legado de Quibi es inevitable y profundamente instructiva: ¿Cómo pudo una empresa con un capital casi ilimitado, un liderazgo legendario y el respaldo de todo Hollywood implosionar de forma tan espectacular en solo seis meses desde su lanzamiento? La respuesta no reside en un único error, sino en una cascada de decisiones que revelan una desconexión fundamental con los principios modernos de la gestión de productos. La experiencia de sus fundadores, lejos de ser una ventaja infalible, se convirtió en un sesgo cognitivo. La combinación de un líder del "viejo Hollywood" y una líder de la "vieja tecnología" no generó una sinergia para la innovación ágil, sino una cultura de "grandes empresas jugando a ser fundadores de startups". Sus carreras se forjaron en entornos de ejecución y escalado de modelos de negocio ya probados, no en el descubrimiento incierto y la validación que define a las startups modernas. Este capital masivo, en lugar de ser un salvavidas, actuó como un aislante de la realidad del mercado, permitiéndoles ignorar las señales de advertencia y construir un producto completo basado en la pura convicción, eliminando la disciplina que la escasez impone. El colapso de Quibi ofrece, por tanto, una de las lecciones más claras y costosas sobre la naturaleza del fracaso y el éxito en la innovación.